Princesas, cuentos de hadas que alumbraban mi infancia
amores perfectos que me hacían soñar y creer que el mundo era de flores.
En la realidad, nace la llama de amor en un corazón temeroso a morir. Valiente caballero... ¿caballero?
No, yo sigo soñando con princesas. Hermosa como ninguna, la luna al alcance de mi mano con tan solo un beso. Esas que sonríen, sin prejuicios, sin misterios. Una sonrisa en la que no tienes que pensar que un posible mal se esconda entre sus dientes, ansioso y desesperado por quebrar tu corazón.
Las que te abrazan y te acarician mirándote fijamente, hablándote únicamente con los ojos, y haciéndote ver que no hay palabra más hermosa que aquella que no hace falta escuchar y sabes que es cierta.
Rosa, que con sus pétalos borra el llanto de un sentimiento que petrifica tu alma, dejándote al fin volar libre cual ave que no descansa. Lujuriosa tentación guardada tras un manto de encanto sin final.
Dulce caramelo que ansío poder derretir en mis labios, invadiendo la gula mi ser. Bienaventuradas mis manos, que exploran la estepa de tu piel embriagándose con el calor de un sentimiento irrefrenable, en busca de las tuyas. Envidia de aquellos que diariamente pueden perderse en el lucero de tu mirada de un brillo inimaginable.
Hoy, ya no sueño con princesas de cuentos de hadas que carecen de sentimientos y son un falso ánimo para un corazón sincero, hoy me despierto dejando el sueño atrás, y abrazando a la princesa de mi realidad.
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